¿Quién dice que la animación cuadro por cuadro y bidimensional está pasada de moda? Pues prácticamente todo Hollywood, que ha decidido dejarla para entrar de lleno al mundo 3D.
En medio de esta tendencia, el maestro japonés Hayao Miyazaki entrega El secreto de la sirenita (Gake no ue no Ponyo, Japón, 2008), su más reciente filme animado… de forma tradicional, claro.
Basado libremente en el cuento de Hans Christian Andersen La sirenita, he aquí que el vivaz chiquillo Sosuke, que vive a la orilla del mar, recoge a un extraño pez dorado al que bautiza como Ponyo. Por supuesto, esta es una cinta de Miyazaki, así que el pececito será, en realidad, una sirena que se transformará “contra los deseos de su padre-brujo Fujimoto, pero la comprensión de su bella madre, la Diosa del Mar” en una alegre niñita de 5 años.
El décimo largometraje de Miyazaki tiene varias secuencias notables. En especial, aquella en la que Ponyo sigue, corriendo sobre las olas del mar, a Sosuke y a su mamá Risa, quienes transitan en un pequeño auto rosa por una carretera paralela a la playa.
Así, Ponyo brinca entre las crestas de las enormes olas convertidas en descomunales peces que se funden con el mar para luego volver a transformarse en peces, y luego en olas, y luego en peces.
Se trata del típico momento mágico de Miyazaki gracias al cual olvidamos las evidentes debilidades del filme, acaso el más convencional que ha hecho. Y es que, a diferencia del mejor Miyazaki “la apocalíptica Nausicaä del Valle del Viento (1984), la entretenidísima El castillo en el cielo (1986), la compleja La princesa Mononoke (1997)”, en El secreto de la sirenita domina una visión demasiado amable de todos los personajes y de sus circunstancias.
En ningún momento sentimos que Sosuke o Ponyo corren algún peligro, no los vemos realmente amenazados y, usted lo sabe, un cuento infantil sin emoción ni algo de crueldad no funciona nunca.
Al terminar de ver la película, uno se queda con la sensación de que esta vez Miyazaki se interesó más por su intachable mensaje ecológico y por la imaginativa animación que por la propia historia. Ni modo: todo gran cineasta tiene derecho a hacer alguna obra menor de vez en cuando. Fuente: Ernesto Diezmartínez
(崖の上のポニョ)